miércoles, 1 de mayo de 2013

PLAZA PUBLICA.

La Plaza Juárez, el Cine Palacio
y los Conscriptos.

El primer sorteo de conscriptos, clase 1924, se celebró en el Cine Palacio, en el año de 1942, causando gran expectación, ya que se procedería  a acuartelar a los jóvenes en edad de prestar el Servicio Militar Obligatorio, quienes, de hecho, constituirían la primera reserva del Ejercito Nacional en caso de que nuestro país decidiera participar a la II Guerra Mundial, o en la eventualidad de una invasión al territorio nacional.

El 19 de agosto de 1940, se habían promulgado la Ley y el Reglamento del Servicio Militar, mismos que fueron puestos en vigor en 1942, para que a partir del primer día de enero de 1943 se hiciera efectiva la prestación del Servicio, obligatorio para todo varón al rebasar los 18 años. El Reglamento en su artículo primero, dice: “El cumplimiento del servicio militar constituye un timbre de honor para todos los mexicanos aptos, quienes están obligados a salvaguardar la soberanía nacional, las instituciones, la Patria y sus intereses…”

El acto, como ya lo anotamos, causó gran inquietud entre los habitantes de Gómez Palacio, pues a los jóvenes que les llegase a tocar en suerte “bola blanca”, del universo de los registrados, serían trasladados a Monterrey, Guadalajara, el Distrito Federal u otras capitales de estados de la República, para capacitarse durante un año en la milicia.

Con el propósito de hacer menos amargo el momento de subir al estrado, a recibir el sello correspondiente en su “media cartilla”, los agraciados, o  bien desgraciados, según el sentimiento de cada uno, con “bola blanca”, nos comenta el Arq. Manuel Ruiz de Esparza, eran acompañados del brazo por alguna de las señoritas más guapas de la alta sociedad gomezpalatina, invitadas para tal efecto. Algo así, como ponerle jugo de naranja a una purga de “Magsokón” (sulfato de magnesio).

Platicaban Angelita y Carmelita Cabral Camargo, que los muchachos que habían obtenido en el sorteo “bola blanca”, entonaban, antes de partir a sus cuarteles con harta melancolía, el bolero “Despedida” de Pedro Flores, en boga en la voz de Daniel Santos: Vengo a decirle adiós/a los muchachos,/porque pronto me voy/para la guerra…”

En 1943, estando en su apogeo la Guerra, los que obtuvieron “bola negra” y por la gracia de Dios o de la suerte se quedaron en casa, hacían sus prácticas militares en el parque Morelos y, en esos mismos años, todos los demás varones  de mayor edad, en posibilidad de hacerlo, “marchaban” en el parque Victoria de Santa Rosa. El acuartelamiento de los conscriptos sólo se llevó a cabo 4 años, hasta 1946, una vez terminada la guerra.

En los años sesenta, era muy común los domingos, ver en acción las “redadas” emprendidas por la Armada,  sección de Comandos y de Atletas, encabezadas por oficiales de complemento (así se denominaba a los jóvenes que habiendo terminado su servicio militar, seguían colaborando en actividades relacionadas con los conscriptos y que por méritos podían llegar a escalar hasta el grado de capitán) y que tenían por objeto detectar a los faltistas y a los que nunca se habían registrado para cumplir el servicio militar obligatorio.

Era muy divertido, claro, para los mirones que “no tenían vela en el entierro”,  ver cómo desprendían de los brazos de sus noviecitas y esposas a los jóvenes que no presentaban su cartilla liberada o bien no justificaban haber asistido por la mañana a cumplir.

Esto se daba con bastante frecuencia antes del inicio de la función de la tarde en el cine Palacio, alrededor de la Plaza Juárez, en horarios de salida de las últimas misas del medio día y en general por toda la ciudad. Triste regreso el de la solitaria compañera, que luciendo sus mejores galas, tenía que resignarse a pasar la tarde sumida en el aburrimiento de su hogar, o bien se avocaba diligentemente a recabar la cartilla olvidada para liberar a su galán y reanudar la “checada” dominical.

Semejantes escenas nos tocó observar en las afueras del cine Palacio, con motivo de la amenaza de desborde del Río Nazas en septiembre de 1968. El día domingo15, múltiples patrullas de conscriptos deambularon por la ciudad para “invitar”, a los hombres jóvenes y fuertes que encontraban a su paso, a que engrosaran el ejército de ciudadanos, hombres y mujeres, que en la margen izquierda del Río Nazas, dirigidos por las fuerzas de seguridad, llenaban sacos de arena para construir muros y contener la extraordinaria avenida que era inminente. Pocos ciudadanos se resistían a la noble leva. La Laguna es tierra de gente solidaria y generosa.

Mal negocio para el cine Palacio, que esa tarde exhibía las películas: El Dorado con  John Wayne y Robert Mitchum, y Funeral en Berlín con Michael Caine, y también para el Ing. Alejandro Páez Urquidi, que ese día asumía el encargo de  Gobernador del Estado de Durango y, en su desesperación, unos días después, el 19 de Septiembre, en Gómez Palacio, ante la nutrida y enérgica demanda de apoyo de los habitantes de la colonia Santa Rosa, que sufrieron el derrumbe de cientos de sus viviendas por la insospechada inundación, lo llevó a pronunciar la desafortunada frase: “…El Gobierno no es una casa de beneficencia pública”.

Aciagos momentos en la vida de nuestra región, que recibió el embate del agua descontrolada del Padre Nazas, ignorante de la magnitud de la avalancha, ya que la Delegación de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, no informó oportunamente al grueso de la población de las inminentes consecuencias. Sólo un selecto grupo de “pudientes” tuvieron el aviso a tiempo y lograron salvar olímpicamente sus pertenencias.

Se llegó al extremo de encarcelar el mismo día de la tragedia, por la tarde a un vecino de Santa Rosa por alertar, con un sonido móvil,  a la población de la llegada por la noche del gran caudal de agua. ¡Cosas veredes, Mío Cid!

Tiempo atrás, nos comenta Francisco Javier Ramírez Sánchez, los oficiales de complemento de Gómez Palacio, en 1959, auxiliaron al Ejercito Nacional, haciendo labores de vigilancia en la estación de Ferrocarriles y en la Casa Redonda, con motivo del movimiento sindicalista ferrocarrilero de Demetrio Vallejo. Así mismo las numerosas ediciones de la  Gran Regata del Río Nazas, siempre contaron con la participación entusiasta de los jóvenes  conscriptos. Esos eran otros tiempos.

En las décadas de los cincuenta, sesenta del siglo y milenio anteriores, época en que comandaba el Cuarto Sector Militar, el General Brigadier Manuel Solórzano Soto, tenía como subalternos a: el mayor Eleuterio Díaz Cerón y capitanes Mercado, y Quevedo, y como oficiales de complemento que comandaban a los conscriptos, entre otros capitanes a:

Jesús López (Armada), Hugo y Álvaro Ruíz Meléndez, Armando Villarreal y posteriormente a Francisco Javier Ramírez Sánchez (Comandos), Manuel Ramírez López y después el profesor J. Merced Romero (Atletas). El medio rural lo atendían con el mismo rango: Adán Ochoa, Jorge Sotoluján y Jorge Espino, correspondiendo al capitán José Mauro Aguado González, la Sección del Instituto Francés de La Laguna.

Nos recuerda Javier Ramírez a un personaje extraordinario, sub-teniente también de complemento, Arturo Núñez “El Pajarito”, que tenía la gracia de pararse de manos encima de una pirámide humana de tres pisos, y que cuando llegaba a venirse abajo caía de pie, como los gatos. ¡Caray, que mezcla tan rara de Piolín y Silvestre!

¡Ojala y regresara el Servicio Militar! Cuántos jóvenes se alejarían de los vicios y de las nuevas costumbres; muchos se formarían como hombrecitos. ¡Bueno… casi todos!

La historia lagunera registra una excelente Policía Especial en el municipio de Torreón, allá por los sesentas, surgida del glorioso Pentathlón Deportivo, Militar, Universitario, que en esa ciudad lo dignificó don Federico Dingler y que a Gómez Palacio, lo trajo junto con otros distinguidos paisanos, don Mario Enrique Vásquez Ávila. Ese Honorable Cuerpo Policíaco lo integraron los mejores cadetes del “Penta” al mando del encargado de la Sección de Comandos, Bernardo Segura Gurza, en la Administración Municipal del Lic. Salvador Sánchez y Sánchez.

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